Finalmente se aprobó, después de algún intento fallido y a expensas de su ratificación por el Congreso de los EE.UU., el famoso plan de Bush.
Los cambios sobre el anterior no son sino un simple maquillaje ante las próximas elecciones presidenciales como forma de “compensar” electoralmente la ayuda a los bancos y corporaciones que han creado el problema con teóricas garantías a los consumidores. Garantías que no deberían ser necesarias si el plan funciona y se evitan las quiebras.
Estas garantías son, básicamente:
– Subir el límite garantizado de sus depósitos caso de quiebra del banco hasta los 250.000 $
– Permitir un endeudamiento sin límite de quien debe pagar tales depósitos (el Fdic, que es el equivalente al Fondo de Garantía de Depósitos español) con el fin de que pueda pagarlos
El grueso del plan consiste en usar 700.000.000.000 $ (setecientos mil millones de dólares) en comprar a los bancos préstamos hipotecarios que se sabe que no se van a cobrar y los títulos respaldados por esas hipotecas (los bonitos sacos que realmente están podridos y de los que hablaba hace dos días… la lotería).
Con este plan se están comprando los errores de los bancos. Esos trocitos que no son rentables ni valen gran cosa y que evita que esos bancos sean viables (generen beneficios). Y esos mismos bancos permanecerán, y sus estructuras permanecerán, sus operativas permanecerán, su negocio permanecerá y todo cambiará para que todo siga igual.
Parece haber unanimidad en que esto es necesario y solucionará –sólo en parte– el problema actual, pero no las causas del mismo. En el país más regulado del mundo necesitarán una mejor regulación.
¿Pero hay otra opción?. Pues sí, y consiste en dejar trabajar al mercado. Dejar que las entidades que se han equivocado quiebren. Que esos bancos sean comprados por otros que sí que tienen dinero a precio de saldo, o simplemente que lleguen otros bancos distintos y ocupen el hueco dejado por los quebrados.
Pero esos bancos que tienen el dinero y no están demasiado ‘manchados’ son en su mayoría extranjeros, y algunos de ellos controlados por gobiernos poco “fiables”. Y siendo la economía más liberalizada del mundo, al mismo tiempo, la más proteccionista, no puede permitir que actores extranjeros sean actores de referencia en su sistema financiero.
Hay quien defiende esta opción –sobre todo en los EE.UU.– por más ‘barata’ y acorde con las normas del mercado, pero los riesgos y límites de esta ‘solución’ parece que serían aún más imprevisibles que los del plan aprobado.