También como decíamos ayer, por la Muerte y por Hacienda todos inexorablemente pasaremos… Pero también por un abogado.
Ya hace tiempo que se viene hablando de los requisitos que se deben cumplir para acceder a la profesión de Abogado. Exactamente desde la entrada en escena de la Ley de acceso a las profesiones de Abogado y Procurador.
Es cierto que la calidad media de los servicios jurídicos que se prestan en España dejan −en el mejor de los casos− bastante que desear. Pero nuestros sabios y diligentes gobernantes (en su mayoría abogados), nos lo van a solucionar.
Lo último parece ser –una vez instaurado por ley el “crédito” como nueva unidad de tiempo, espacio y mesura– que una vez acabada la carrera, los nuevos abogados hagan un master, un examen de 100 preguntas y resuelvan un caso práctico para poder acceder a la profesión.
Los Ministerios de Justicia y de Ciencia y Tecnología(¿?) establecerán el contenido concreto de este “post-loquesea”, y en este momento discuten si −como dice Justicia− meter todos los temas o −como defiende Ciencia y Tecnología− que cada universidad meta lo que quiera (será por aquello de la diversidad).
El objetivo final es tener nuevos abogados igual de preparados, ofreciendo los mismos servicios, con la misma calidad, pero con un currículo mucho más florido que es lo que realmente importa.
Desde mi humilde punto de vista el problema de la calidad del servicio es lo listos que somos los abogados y lo muchísimo que sabemos (incluidos los del Ministerio de Justicia y los Ciencia-tecnológicos).
Los abogados asesoramos igual una herencia que en un robo con fuerza. Igual mantenemos el tipo en una fusión entre empresas que en un deslinde de tierras. Igual defendemos en temas de impuestos que en reconcentraciones parcelarias. Igual tramitamos un divorcio que recurrimos una multa. Lo mismo sabemos de la organización de nuestro ayuntamiento que de comercio internacional.
¡Claro!, con esta magnífica base, podemos decir siempre con absoluta seguridad:“¡¡eso te lo arreglo yo!!”.
La carrera de Derecho −los profanos no lo saben− pero ¡otorga el Don de la Sabiduría!
El problema es que a algunos este Don se nos resiste y sólo sabemos de algunas cosas, lo que limita sustancialmente los servicios que podemos prestar.
A ver si nuestros sabios gobernantes llegan por fin a consensuar el contenido del ‘master’, y tras hacerlo, logro salir de ese pozo de ignorancia en el que −inexplicablemente y pese a ser abogado con experiencia− me encuentro sumido.